Algo más que la independencia de Catalunya
El discurso que pronunció el presidente Puigdemont el pasado martes 10 de octubre en el Parlament de Cataluña, constituyó un punto final provisorio luego de los hechos que han venido sucediendo en los últimos años y que deberían tener como colofón el nacimiento de la República Catalana.
La primera consulta al pueblo de Cataluña tuvo lugar el 13
de septiembre del 2009 en Arenys de Munt y se limitó al ámbito municipal
y no fue vinculante. Había sido impulsada por el Moviment Arenyenc per a
l’Autodeterminació. En esta consulta se formuló exclusivamente a los
vecinos de Arenys de Munt la siguiente pregunta: «¿Está de acuerdo en
que Cataluña pase a ser un Estado de derecho, independiente, democrático
y social, integrado en la Unión Europea?»
A partir de entonces, se sucedieron más y nuevas apelaciones
al pueblo catalán que constituyeron hitos en su camino a la actual
situación. Entre esos hitos, uno muy destacado fue la gran manifestación
por los recortes arbitrarios del nuevo estatuto de Autonomía que había
sido votado por el Parlament, refrendado por la población y aprobado por
la cortes de Madrid. Artífices de esta desafortunada intromisión en los asuntos
catalanes fueron un grupo de jueces -afines al Partido Popular que
gobierna España- miembros del Tribunal Superior de Justicia y disfrutado
por el ex ministro Alfonso Guerra con su frase: “nos cepillamos su
estatuto”.
Lo anteriormente escrito, es un punto clave en el planteo
independentista: se jugó el derecho a ser oídos y respetados. Hasta ese
entonces 2010 no se podía hablar de una mayoría independentista, pero
desde ese momento no paró de crecer a base del atropello a los derechos
ciudadanos. Creció a base de salir a defender sus derechos individuales
de ser oídos y de defender su futuro.
Esta íntima fuerza motivadora dinamiza, a estas horas, el
acontecer social y político de Cataluña y no parece sensato fundar
esperanzas de comprensión del sentido último de nuestra lucha por parte
de una clase política, tanto española como del espacio europeo, que ha
permanecido sorda a todo cuanto no sea el rígido mantenimiento del statu
quo.
Si cruje el Estado español y la incertidumbre por el futuro
que cierne sobre la Unión Europea ello no ha de deberse, sin duda, al
afán independentista de Cataluña sino, por el contrario, a razones
infinitamente más complejas, entre las cuales la corrupción
(funcionarios del partido de gobierno español tienen graves causas
abiertas en la justicia) y los problemas sociales que llevan décadas sin
soluciones a la vista (como la crisis de los refugiados), han de tener
alguna entidad como causas de la actual crisis española y continental.
Allí debería dirigir su mirada la clase política europea, en vez de
prender velas al cielo ante lo que denominan ominosa amenaza de
secesiones nacionales por parte de otros pueblos que tal vez pudieran
seguir el ejemplo de Cataluña. Ello no tiene porqué ser necesariamente
así.
Cataluña no tiene nada más (pero tampoco nada menos) que la
fuerza de la gente en las calles, esto es, un pueblo que reclama una
vida más digna para sus habitantes y exhibe, orgulloso, una larga
historia de luchas por su libertad.
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