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Una lucha pacífica y transversal
Con la distancia que proporciona el tiempo, aun el breve
tiempo transcurrido, podemos encarar ahora el análisis del dato duro de
la coyuntura política en Cataluña, esto es, el “exilio” del president
Puigdemont en Bélgica.
La realidad de las cosas, confusa al principio por obra de
un fuego mediático interesado menos en aclarar que en oscurecer, ha ido
sedimentando, paulatinamente, la certeza de que Carles Puigdemont tomó
la mejor decisión -tal vez la única con que contaba en su circunstancia
concreta- que podía tomar. Evitó la violencia. Evitó la masacre. Sus
partidarios y aun los que, sin serlo, aspiran a la independencia o,
simplemente, a que las diferencias se resuelvan mediante el diálogo y la
negociación, lo hubieran defendido. Y las fuerzas policíacas del Estado
español, que el 1 de octubre no escatimaron violencia descargada sobre
ciudadanos que manifestaban en paz, habrían hecho lo mismo esta vez y
-el lógico presumirlo- tal vez se hubieran perdido vidas.
La gran lucha por la independencia es grande porque es
pacífica, transversal e inclusiva; y porque es una lucha que nace de
valores como la democracia, la libertad y la dignidad. Por eso la gente
sale a la calle y se manifiesta y expresa su indignación cantando.
Brilla con luz propia la calidad espiritual del pueblo catalán, y mucho
más brilla por oposición con la desaforada imagen represiva del gobierno
del Partido Popular de España presidido por Mariano Rajoy.
La inteligente actitud del pueblo catalán (que no por
inteligente deja de ser espontánea) contrasta con la de un gobierno ya
vivido como exterior a Cataluña que, además, se halla, por estos días,
persiguiendo a muchos jóvenes activistas de la redes debido a que
muestran videos de los actos de violencia del 1 de octubre; así fue como
se llevaron esposada, frente a sus hijos menores, a una señora joven
por manifestar su indignación en el Facebook. Junto al miedo que se
intenta derramar en la población, se ven las detenciones de 9 consellers
del govern y el pedido de detención del president Puigdemont y los 4
consellers que faltan para poner en prisión a todo el gobierno Catalán.
Hay allí un propósito avieso y perverso: la provocación. El
Estado español provoca buscando escenarios de violencia. Tendría, de ese
modo, una excusa frente a Europa para intervenir por más tiempo y
desactivar el entramado social pacífico catalán. Y, junto a ello, la
amenaza: el Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de España,
general de Ejército Fernando Alejandre, ha escrito una columna, en el
diario monárquico ABC, en la que señala que “la historia demuestra que,
llegado el caso, los españoles y con ellos las Fuerzas Armadas, sabemos
defender nuestra Nación”.
Pero hasta ahora Rajoy está fracasando en su objetivo de
enervar la pacífica lucha independentista catalana. No sólo porque los
catalanes no se han dejado provocar ni lo harán en el futuro, sino
porque es la propia Unión Europea la que sintoniza mejor con la actitud
de paz y diálogo. Claramente Europa le dijo a Rajoy que se abstenga de
la violencia y que la intervención dure poco. Y así, de los seis meses
planificados en un principio, el gobierno español ha dicho ya que la
anomalía institucional que significa su presencia cuasimilitar en
Cataluña sólo durará siete semanas, es decir, hasta las elecciones del
jueves 21 de diciembre próximo.
Es de lamentar, sin embargo, que los problemas no terminen
ahí. El gobierno español jugó la baza de que los independentistas no se
presentarían a elecciones, pero ha perdido o está en vías de perder,
porque los partidos de la independencia no sólo se presentarán sino que
es probable que vuelvan a ganar. Ante ello, los que se llenan la boca
con “la ley” han dicho que, de nuevo, cambiarán la ley por el garrote.
En efecto, Enric Millo, delegado del gobierno de Madrid en Barcelona,
dijo: “si ganan, aplicaremos nuevamente el 155”. Y lo mismo dijeron el
vicepresidente del Senado de Madrid, Pedro Sanz, y el presidente del
Partido Popular (PP) en Cataluña, Xavier García Albiol.
Por tales motivos cabe citar aquí la prescripción de Jesús:
“El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,
27). Las leyes están para servir al hombre y no de otra forma. Así
deberán ser las cosas y por el camino de la paz social. Si hay una
mayoría catalana que reclama ser escuchada, no se la puede ignorar con
una mala interpretación de la Constitución. Y debo enfatizar aquí lo de
“mala interpretación”, ya que la autodeterminación de los pueblos es una
de las bases del derecho internacional, es parte de los Pactos
internacionales de derechos civiles y políticos, y de derechos
económicos, sociales y culturales de 19 de diciembre de 1966 que España
aceptó en ese año y, luego ratificó en el artículo 96 de la Constitución
Española del 78.