domingo, 15 de diciembre de 2013

Los catalanes: ¿pueblo-nación sin Estado? (II)

Con los reyes catalanes, la corona prosperó y se expandió de manera que  llegó a conquistar los  territorios de Mallorca, Valencia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles. La corona se convirtió entonces en un imperio militar y comercial que transitaba por el Mediterráneo, todo ello bajo el   rey Jaume I el Conqueridor, ejemplo del crecimiento del poder y desarrollo de la corona en detrimento de los reinos árabes. Es remarcable que los nuevos territorios agregados, como Valencia, mantuvieron fueros propios.
En el siglo XIII Cataluña tuvo una de las mejores infanterías del mundo, los almogávares, que incluso fueron contratados para combatir al turco en Constantinopla, donde hicieron oír su grito de batalla: "Desperta ferro!".
Bajo los reyes de la casa condal se redactó el Llibre del consolat de mar y se crearon compañías marinas catalanoaragonesas, que permitieron, en 1380,  la conquista de los ducados de Atenas y Neopatria.
El infortunio de  la no descendencia de Martín el Humano permitió que una rama castellana se introdujera en Catalunya, pese a lo cual siguieron vigentes sus leyes, activas sus instituciones  parlamentarias y floreciente su rico y original idioma, la lengua catalana.
Por la época que estamos describiendo, el absolutismo monárquico intentó su entronización en el país. Los catalanes resistieron y conservaron, en el marco de duras luchas por la identidad nacional, su idiosincrasia y sus costumbres. Se los consideró extranjeros en su propia tierra lo cual significaba una injusticia histórica, una arbitrariedad política y una insanable defección moral. En medio de todo ello, la intentada y nunca lograda resignificación de los catalanes como extranjeros tuvo un efecto benéfico: no se los consideró parte ni se los invitó a participar del pillaje colonial en América, aventura bárbara en la que Catalunya no participó.
En la época de los Reyes Católicos, lo que había logrado era una unión de coronas con fines de lograr fuerza en la lucha contra los Moros. Pero no fue una unión de administraciones, Catalunya seguía manteniendo sus leyes y estilos de gobierno. En Catalunya el rey solicitaba a las cortes (órgano formado por tres estamentos) el aumento de los impuestos o una ayuda extraordinaria y las cortes decidían los montos a otorgar. Dicha tradición es típicamente catalana, negociar.  En cambio en Castilla, el Rey imponía su necesidad y criterio en la hora de gobernar.
Hoy podemos decir que Catalunya posee instituciones históricas que enraízan en la edad media y le dan un sentido práctico a su jurisprudencia, al tiempo que conservan el sentido y la vocación por la negociación y la busqueda del consenso como atributos adicionales de la identidad catalana. Así es como el parlamentarismo catalán reconoce sus fundamentos ancestrales en las asambleas de Pau i Treva (Paz y Tregua) y de la Corte Comtal (Corte Condal). El Parlamento catalán es el más antiguo de Europa.
Un hito importante en el desarrollo institucional del país lo constituyó la creación, en el siglo XIV, de la Diputació del General o Generalitat, que fue adquiriendo cada vez más autonomía hasta que, durante los siglos XVI y XVII  se constituyó en gobierno del Principat de Catalunya.
Otro acontecimiento trascendente en la historia de Catalunya que estuvo llamado, por cierto, a fortalecer su personalidad y ansias de independencia, tuvo lugar en 1714 cuando el país desconoció a Felipe V y, en cambio, reconoció a Carlos de Austria como soberano. Ello le costó un asedio de ocho meses sobre Barcelona. La heroica resistencia a las tropas castellanas y francesas coaligadas no pudo evitar que un 11 de septiembre Catalunya cayera bajo la égida de la mentada coalición, ya que sus eventuales aliados, Carlos de Austria y los ingleses, no se hicieron presentes y abandonaron  a su suerte al pueblo catalán.
Este sucinto relato es suficiente para demostrar que hay más de mil doscientos años de historia del pueblo catalán, de los cuales sólo trescientos transcurrieron bajo dominio extranjero.
Desde el siglo XIX, con el renacimiento catalán, se viene gestando una fuerte impronta de sentimiento nacional, que en estos últimos años se vive con mayor intensidad debido a los agravios del poder central español al uso de nuestro idioma.
Como provisoria conclusión, anotamos que, según las leyes internacionales  y los datos históricos, es muy evidente que el pueblo catalán es heredero de una cultura milenaria que nos identifica y nos confiere identidad. Por ello, en pleno siglo XXI, se torna imprescindible que una nación histórica tenga la suficiente libertad para expresarse en las urnas, libre y democráticamente, sobre su futuro político.

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