La Diada del 11 de septiembre
El 11 de septiembre es una fecha muy cara para el pueblo catalán. No es una fecha trágica, por cierto, ya que los catalanes hemos sabido, a lo largo de nuestra rica y azarosa historia, convertir el infortunio en oportunidad para la afirmación, orgullosa y soberana, de nuestra propia patria. Pero si no hay tragedia en aquella fecha del año 1714, tampoco conmemoramos, ese día, un hecho feliz, sino el hito fundacional de la pérdida de nuestra libertad que, paradójicamente, ha venido reafirmando, crecientemente, la identidad catalana y su exigencia de verdadera y definitiva independencia.
La expresión "Diada" resultará extraña para muchos, ya que poco se conoce de Catalunya. Este
país, como todo territorio europeo, tuvo sus idas y vueltas. Sus primeros colonos
se fueron aglutinando con otras culturas e hicieron nacer una nueva identidad.
Catalunya fue el lugar de asentamiento griego desde el siglo VI antes de
Cristo; luego fue puerto romano hasta que en el siglo IX, de la mano
Carolingia, se conforma la organización feudal franca que, a fines del mismo
siglo, fundará la organización nacional catalana que regirá los destinos del país durante cinco siglos.
El
rey Martín el Humano no tuvo descendencia y a ello se debió que una
rama castellana se introdujera en Catalunya. No obstante, siguieron vigentes
las leyes que se habían promulgado y las instituciones parlamentarias catalanas
que, junto al idioma propio, ya constituían
las específicas señas de identidad de un pueblo y de una nación.
La historia siguió su curso y, al cabo de
varias revueltas protagonizadas por soberanos absolutistas, el pueblo catalán
fue consolidando paulatinamente su personalidad y su idiosincrasia, tan
diferentes de sus pueblos vecinos como para que Catalunya fuera considerada una
presencia extranjera en suelo español. Por ello, el pueblo catalán no participó de la conquista y colonización en América.
Esto significa, entre otras cosas, que está exento de responsabilidad por
aquella barbarie que se ensañó con los
pueblos originarios, desde el río Bravo a la Patagonia.
España nunca cejó en su afán uniformador
y en su voluntad anexionista. En 1714, Catalunya resistíó frente a Felipe V y
reconocó a Carlos de Austria como soberano, lo cual dio origen a la agresión
militar española. Durante ocho meses, en 1714, Barcelona, la heroica capital de
un pueblo que no renunciaba a su soberanía, fue asediada por una alianza de
tropas castellanas y francesas. Y así, el 11 de septiembre de ese año,
Barcelona cayó en manos de España. Inglaterra y Carlos de Austria, aliados
naturales de Catalunya, no se hicieron presentes en el teatro de operaciones y
el pueblo catalán fue abandonado a su suerte. La Diada, es decir, la digna y justa lucha de
Catalunya por su soberanía, es recordada, a partir de esa fecha, como el hito
político fundacional del país catalán moderno.
Esta sucinta historia demuestra que la
identidad catalana ha nacido al cabo de un proceso histórico de más de 1200
años, de los cuales sólo casi 300 se vivieron
bajo el dominio foráneo.
Desde el Siglo XIX, con el renacimiento
catalán, ha venido cobrando fuerza el sentimiento nacional nunca acallado y
siempre latente. Este proceso de afirmación, se ha dinamizado crecientemente
debido a varias causas, entre las cuales
la hartura de los catalanes ante la arbitraria y humillante
discriminación a que se ve
frecuentemente sometido por parte del poder central español, ha jugado un papel
no menor. Los reiterados agravios ante el uso de nuestro idioma nacional se
inscriben en esa línea de conducta centralista y antidemocrática.
Hoy en día, hasta políticos de la Unión Europea han
pensado en la posibilidad de una Catalunya independiente. No hace mucho que el ex presidente
de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, admitió, por primera vez, que: "... en el caso
hipotético de una secesión de Catalunya, la solución se tendría que encontrar y
negociar en el marco legal internacional".
Se trata de una afirmación pletórica de sentido común y que rinde culto
a la virtud del respeto hacia un pueblo que lo merece por el solo hecho de que
reclama su derecho a existir soberanamente desde hace siglos. Es un avance en
un mundo que igualmente avanza hacia el reconocimiento creciente de la
singularidad cultural de pueblos y naciones.
Y no es
sólo Catalunya. Es también, por caso, Quebec, con el reclamo francófono hacia
el poder central de Canadá; es, asimismo, Escocia, que camina en pos de iguales objetivos independentistas.
Catalunya quiere recobrar las libertades y la personería jurídico-estatal
propia que alguna vez tuvo y que
mostrará al mundo que hay una cultura milenaria que enriquece a la humanidad
con su aporte original específico.
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