Una de ellas es la palabra progre… progresismo. Se
utilizaba mucho en los ’80, en España, para hacer referencia a grupos de
personas que tenían estudios universitarios y que votaban al PSOE, pero… ¿es eso?
No del todo. En léxico político, nombrar
al progresismo es referirse a la izquierda, y teniendo en cuenta que
toda construcción se hace en contraposición, ésta se hace oponiéndose a la
derecha, a lo carca, a lo que frena el progreso o progresismo.
¿Qué define que algo sea de derecha o de izquierda?:
el ESTADO. Las atribuciones que se den al ejercicio del poder del Estado; o las
limitaciones que se le impongan. La derecha querrá un Estado pequeño que no se
entrometa en la leyes de libre mercado, que no son otras que las leyes del más
fuerte.
Por ello, pensar en un Estado “progre” es pensar en
un Estado fuerte, que defiende a los ciudadanos de aquellas leyes del mercado
que sólo sirven para que pocos acumulen riquezas. Pero ser progre parece ser
otra cosa: generar herramientas que vayan empoderando al pueblo en su adultez y
capacidad de decidir.
Tampoco hay que olvidarse de que, detrás de una opción política, hay una
antropología, que es una manera de entender a la persona. En esto se tiene que
cuidar mucho el progresismo porque puede caer en un iluminismo vanguardista y
creer que sólo ellos entienden lo que la gente necesita y, de ese modo,
terminar realizando acciones políticas
iguales a las que la derecha podría hacer.
Ser progre tiene mucho de altruismo, de honestidad y de búsqueda del bien común por encima de los intereses personales o partidarios; de no ser así, podemos caer en políticas que lo único que buscan es acumular poder. Y algo peor: estaríamos concibiendo a las personas como meros objetos votantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario