Mucho se ha hablado, en los últimos tiempos, del rol de las personas mayores en la sociedad. Noticias vinculadas al maltrato, dificultades económicas para poder hacerse de la jubilación que corresponde y familiares que, en algunos casos, miran para otro lado, son solo algunas de las aproximaciones a un tema que merece mayor análisis y dedicación
En algún momento de la evolución cultural de nuestras
sociedades apareció el concepto de “tercera edad”. Tercera edad es sinónimo de
vejez, de antigüedad, de ancianidad. La etimología es, aquí, nítida y precisa:
en latín, antianus. Los franceses dicen lo mismo pero diferente: ancien;
o ancienne si el género es femenino.
También hay sinónimos: vetusto, arcaico, añejo,
longevo, veterano. Pero no parecen esos conceptos, por cierto, felices ni
afortunados para adjetivar a las personas que han traspuesto las líneas rojas
de la vida. Los griegos tenían en gran estima a la ancianidad. Es la etapa -decía Aristóteles- en que la experiencia del hombre lo hace casi
sabio. Esa percepción tan acertada era buena simiente para que los jóvenes
miraran a sus mayores desde un lugar distinto al que lo hacemos nosotros
hoy. Los jóvenes, en Atenas, acudían a ellos, a los viejos, para escuchar y
aprender y, de ese modo, orientarse más y mejor en el proceloso mar de la vida.
En nuestro alocado presente, aquella tercera edad a
la que acabamos de referirnos al comienzo de estas breves líneas, podría
situarse, más o menos, en ese segmento temporal que va desde la jubilación hasta,
digamos, los ochenta años. Desde allí en adelante, se abren las ricas
posibilidades que ofrece “la cuarta
edad”. Los avances en la medicina, la vida saludable, una sana alimentación, el
ejercicio físico y los deportes han logrado que, más allá de los ochenta,
todavía haya vida; y una vida rica, fértil y creativa.
En verdad, todos los momentos de la existencia humana
tienen su ethos, es decir, aquello que les es propio, característico y
singular. Y para transitar satisfactoriamente por cada uno de esos períodos
vitales es preciso adquirir ciertas habilidades o destrezas. Con estas
capacidades aprendidas enfrentaremos con éxito no sólo el moroso discurrir de
los días y las noches sino, incluso, las
dificultades, las crisis y los duelos con que cada etapa de la vida nos
obsequia con naturalidad e indiferencia.
Vivir la tercera o cuarta edad significa, entre otras
cosas, asumir la pérdida paulatina de las potencialidades que nos
caracterizaron con anterioridad; nuestros movimientos se vuelven más lentos,
nuestro andar más inseguro; nuestros reflejos más perezosos; nuestro
pensamiento más esquemático y rígido; y los amigos que mueren nos dejan un poco
más solos que antes. Puede, incluso, que nos agobie el pesimismo y que
"futuro" devenga, en esas condiciones, significante sin mucho sentido
para nosotros.
El tema nos inspira una analogía como instrumento
para precisar mejor lo que queremos transmitir. El psicoanalista inglés Donald
Wood Winnicott, -que además era
pediatra- señaló la necesidad de fomentar
una sólida relación madre-hijo. Introdujo
-como herramientas para lograr tal fin- los conceptos de holding y
de handling. Nos interesa, aquí, el primero. El verbo inglés
"hold" significa sostener, amparar, contener. Para que aquella
relación amorosa sea consistente deberá tener un momento de holding
(sostenimiento) y uno de handling (manipulación). La madre que logra hacerlo es la
“madre-suficientemente-buena”, que sabe sostener y luego sanar las necesarias
frustraciones que sobrevendrán y, más allá, condicionar al niño para la
aceptación no traumática de dichas pérdidas y frustraciones.
Volviendo a nuestro tema, decimos que los duelos de
las últimas etapas de la vida necesariamente tienen que ser acompañados-sostenidos.
Es el instante en que se hacen presentes las manos amigas llamadas a sostener
el paso mientras se transitan esos momentos o, por decirlo de otro modo, mientras se cruzan esos puentes que nos
llevan a nuevos rumbos que nos resultan desconocidos.
Si esta dinámica se desarrolla satisfactoriamente, se
adquirirán nuevas habilidades que ya no serán destrezas físicas, o habilidades
manuales, o aptitudes intelectuales, sino capacidad de placer y de disfrute de
la vida. De este modo, el que lo logre
podrá tender la mano a otros para que aprendan a afrontar las naturales
vicisitudes con que nos desafía la inexorable mano del tiempo y que son,
siempre, parte sustantiva de la vida.
Es tarea de los que estamos vinculados a los temas
propios de la salud y transitando por la segunda etapa de la vida, sostener a
los que se encuentran más adelantados en el camino de la existencia humana,
para animarlos a una vida plena donde la angustia no sea un huésped inoportuno
y permanente. Si ellos lo logran lo
habremos logrado también nosotros y todos seremos espiritualmente más ricos.
Por lo demás, todos los seres humanos transitan por todas las etapas de la
vida, de modo que nuestros dones de hoy constituyen valores que nos inculcaron
nuestros mayores y frutos que cosecharemos cuando la segunda madurez toque a
nuestra puerta y debamos, también nosotros, empezar a recorrer nuestra tercera
y nuestra cuarta edad. http://entremujeres.clarin.com/hogar-y-familia/tercera-edad/Sostener-vejez-duelos-placer-vivos-abuelos-ancianos_0_1177082373.html